domingo, 30 de noviembre de 2008
Cruzando entre la bruma el bosque impenetrable
apenas se oye la levedad de los vientos invernales.
Andando por los caminos buscando la libertad,
respirando ese aire limpio gozando la soledad.
Entre los robles del bosque baja canoro el reguero
bajo un silencio sepulcral va caminando el viajero.
A través de la ventisca desaparece el sendero,
él caminaría de noche sin estrellas ni luceros.
La arboleda silenciosa, la cellisca permanente,
solos su nostalgia y él, un bello mundo ausente.
Un mundo desconocido irreal para tanta gente,
un cosmos de mil colores que piensan inexistente.
Va buscando las cumbres por caminos conocidos
por senderos recorridos que ha hollado mil veces.
Que le apetecen por eso porque los puede caminar,
puede y los camina solo, solitario como un lobo.
Para él es una constante tomar la senda con calma
ser un perpetuo caminante de los vericuetos del alma.
La ciudad a la persona, amilana, sepulta, calla,
abatiéndolo en la soledad en la que solo se halla.